Arturo Pérez Reverte – Los últimos testigos

Les comparto este extracto del texto de Arturo Pérez Reverte “Los últimos testigos”, acerca de la importancia de evitar que nuestros últimos testigos se apaguen en silencio y se lleven todos sus recuerdos de vida, quedando así doblemente huérfanos.

Fui a visitar hace poco a mi madre y comprobé que la vida es generosa con ella hasta el final. Se extingue despacio y sin dolor, y la memoria también se le adormece entre las brumas del último ensueño. No reconoció al sexagenario de barba cana que sentado a su lado le apretaba una mano. A veces, un nombre , un lugar , una referencia, la palabra “mamá”, le hacían abrir un poco más los ojos y asentir, como si un filo de mi pasado penetrase en los restos de su memoria. Es duro para un hijo que su madre no lo reconozca. Cuando los padres olvidan o mueren, con ellos se borra parte de nosotros, incluso situaciones, escenas, momentos que tal vez desconocemos. Ellos fueron testigos únicos de aspectos de nuestra vida que tal vez nunca nos contaron. Los conservan en su recuerdo, el único lugar posible, y al morir se los llevan, perdiéndose en la nada. Con su muerte empezamos a morir nosotros, a desaparecer lentamente del mundo por el que anduvimos, como una vieja foto que pierde los contornos.
No solemos darnos cuenta. Sin embargo , a cada momento, alrededor, en nuestra propia familia, desaparecen testigos de nuestro mundo, el propio, y también de los mundos que no llegamos a conocer, pero de los que ellos fueron testigos. Dejarlos marchar sin extraerles la información es como vaciar un desván sin estudiar los objetos, no siempre viejos e inútiles, que en él se amontonan. Permitir que los últimos testigos se apaguen en silencio, dejarlos enmudecer para siempre sin sacarles antes todo el material posible para que sus recuerdos sobre el mundo en general, y sobre nosotros mismos en particular se salven y permanezcan de algún modo, es dejar morir también lo que nos explica, lo que nos narra. Y especialmente en tiempos confusos como éstos, resulta más peligroso que nunca resignarse a esa clase de orfandad. Perderlos con una buena parte de nosotros mismos.
Inténtalo, porque vale la pena. Ahora que aún es posible, siéntense junto a ellos y háganlos hablar, si pueden. Tengan la inteligencia, la astucia si es preciso, de que el nieto, el adolescente, la jovencita a quienes nada parece importar, se interesen por esa memoria familiar que pronto va a desvanecesrse como humo en la brisa. Porque un dia, tengo certeza de eso, ellos se alegrarán de haber escuchado. De conocer de dónde vienen y quiénes los hicieron posibles. De saber que los testigos de su memoria no pasaron sin dejar huella por este lugar extraño, triste, bello, peligroso, fascinante, al que llamamos vida.

 

Lilita Engelmann